Por Teresa Álvarez
El francés, el lenguaje de la diplomacia y el amor, de la
poesía y de la revolución, el idioma de la mitad de África y de cuatro países
de la Unión Europea, se ha visto relegado a un segundo plano, desde hace cinco
décadas, como lengua extranjera estudiada en colegios e institutos, cediendo
protagonismo al idioma de los negocios, del teatro y de la industria: el
inglés. Podemos detenernos hoy en la lengua de Racine y de Simone de
Beauvoir, la que sucedió al latín en las embajadas europeas, la que se hablaba
en los salones nobiliarios desde el siglo XVIII, para comentar las obras de
algunas de sus escritoras más famosas, no siempre traducidas a nuestro idioma.
Francia y España, dos grandes países limítrofes, merecerían mayor comprensión y
colaboración mutua en la enseñanza del francés y español como respectivas
lenguas extranjeras y en la publicación de títulos literarios.